EL PALANCAR: EL CONVENTO MÁS PEQUEÑO DEL MUNDO

En la falda de la sierra de Cañaveral (al norte de la provincia de Cáceres) y muy próximo a la localidad de Pedroso de Acim y Torrejoncillo se encuentra un agradable convento conocido por todos como "El Palancar". El bello paisaje que lo envuelve ya atrae de primeras a quien visita este enclave tan destacado y acogedor.




Se dice que fue a mediados del siglo XVI, sobre 1557 apropximadamente, cuando Pedro Garabito, más conocido como San Pedro de Alcántara, optó por "alejarse" de todo lo que le rodeaba y acercarse espiritualmenta a Dios, y aprovechando la coyuntura, construir en este enclave un convento y que serviría con el paso de los años como piedra angular para la reforma de los franciscanos descalzos.

Tiene poco más de 70 metros cuadrados, y tan pequeña es la celda del santo que hay que entrar casi de lado y medio agachado y hasta tal punto es pequeño su claustro que cada lateral sólo está cubierto por apenas 3 tejas. Por algo es conocido como uno de los conventos "más pequeños del mundo" si no el que más.



Remontémonos a su fundación. ¿Cómo surgió? Al parecer Don Rodrigo Chaves, propietario de una finca conocida como El Berrocal, cedió parte de su terreno a este fraile. En este enclave manaba una fuente a la que todos llamaban El Palancar y que sería la finalmente que daría nombre a este convento. Tras concederle el Papa Pablo III un "Breve" para poder ejercer vida de eremita, el Santo se retiró hasta este lugar.


San Pedro pronto convirtió una pequeña casa que había en la finca en "casa de retiro", realizando tan sólo una pequeña capilla y un par de habitaciones, todo ello gracias a las aportaciones de Don Juan Veázquez de Ávila (que fue quien le suministró las maderas de la "Loriana", su finca) los pagos del Conde de Torrejón, quien corrió con los gastos de la obra.

Así fue, sencillamente, cómo se alzó el convento. La inauguración tuvo lugar en 1561 y a partir de entonces el convento funcionó como casa de retiro por los frailes franciscanos hasta que el proceso de desamortización acabó por desalojarlos del lugar. No sería hasta el 5 de mayo de 1895 cuando la Orden Franciscana volvería de forma oficial a este enclave. Otra fecha clave en el desarrollo de este covnento fue el 6 de agosto de 1965, cuando se determinó la realización de las obras necesarias para "dignificar" la antigua fundación y que este sirviese de culto para cualquier religioso que así lo solicitase.

Pero, ¿qué pasó antes de todo esto? Durante el siglo XVIII los moradores del convento decidieron ampliar y adecuar el inmueble a sus necesidades, usando parte del idílico paisaje como huerta para el cultivo de productos naturales. A pesar de estar en un lugar un tanto agreste, optaron de forma inteligente por cultivar en forma de bancales.

En este pequeño lugar de cultivo se conserva la llamada "Fuente Milagrosa", denominada así por sus supuestos dotes curativos. Junto a ella existe todavía una enorme pero a la vez austera cruz de granito y un asiento de este mismo material en el que, supuestamente, el santo se sentaba a rezar mientras esperaba tranquilamente a que su túnica se secara al sol.

Desafortunadamente ya no se conserva la centenaria higuera sobre la que él se cobijaba de las inclemencias del tiempo. De hecho fue plantada por San Pedro nada más llegar a este lugar. Una vez crecida, usó una de sus ramas como báculo. Cuentan que era muy conocida en los alrededores puesto que sus frutos, según los vecinos, eran milagrosos y curativos, una fama adquirida no sólo durante la vida del Santo, sino también después.

Para entrar al interior del primitivo convento debemos hacerlo a través de un pasillo que hay a los pies de la iglesia. Las estancias, para quienes no lo conozcan, son muy pequeñas.


Llama la atención la pequeña pequeña cocina y su curiosa chimenea cuadrangular, fiel reflejo de las que se construían en las moderas construcciones de Extremadura allá por el siglo XVI. Sin embargo esto no era ningún impedimento para la vida del ermitaño, y menos aún si tenemso en cuenta que regularmente practicaba el ayuno en días destacados. Las pequeñas dimensiones de este lugar nos indican que estaba pensado para muy pocas personas, no para una comunidad entera. Los vanos por su parte son pequeñísimos y carecen de rejas y puertas.

Cerca de esto está el comedor donde curiosamente no hay mesa. ¿Por qué? Sencillamente porque lo destinaban a un lugar de penitencia. El único mobiliario que poseían era un par de asientos de piedra corridos junto a la pared.

Pero sin lugar a dudas la estancia que más llama la atención es la celda o habitación de San Pedro, de la que Santa Teresa decía lo siguiente: "Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo fray Pedro que había dormido sólo hora y media entre noche y día... y el resto estaba siempre de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda no era más larga de cuatro pies y medio".

Como bien dice Santa Teresa, domía sentado y con su cabeza apoyada en un madero en una habitación que no era más que el hueco inferior de una escalera de acceso al claustro alto. La decora una sencilla cruz de madera en recuerdo del sacrificio de Cristo por nosotros.

El resto de las celdas no son mucho más amplias, tal y como él proponía en sus Ordenanzas de 1561. Tan sólo la capilla es algo mayor, y esta tiene 6,25 metros cruadrados y 3,5 metros de altura. Esta capilla la adorna una decoración donada en 1962 por Magadalena Lerroux, esposa del escultor de Hervás (Cáceres) Enrique Pérez Comendador, donde se conmemora el IV centenario de la muerte del Santo. En ella se alude, además, a Francisco de Borja y a Santa Teresa de Jesús, quienes tuvieron bastante relación con este convento. Curiosamente Pérez Comendador es también el autor de la escultura de San Pedro de Alcántara que hoy podemos ver en la ciudad de Cáceres, junto a la Concatedral de Santa María. La decoración, en lugar de hacerla al fresco como estaba pensado en un principio, está hecha a base de mosaico de vidio para evitar que la humedad lo deteriorase con el paso de los años.

Llama poderosamente la atención la amplia gama comrática que la componen en un espacio tan austero. En ella se aprecian alusiones al cielo, la tierra, al Espíritu Santo o a Cristo entre otros. aprovechando los espacios que dejan las pechinas, se plasman en ellos algunos símbolos franciscanos tales como la Cruz de Jerusalén, las llagas, los brazos y un serafín. En el centro y como eje fundamental, una escultura de San Pedro de Alcántara, obra de su esposo Pérez Comendador y que recuerda inevitablemente a la de Cáceres, aunque la del convento está hecha de madera policromada y la segunda no. Es, como no podía ser de otra forma, muy austera. El Santo se encuentra con una actitud serena, calmada, un sencillo hábito, los ojos cerrados, con una simple cruz abrazada entre sus manos y los pies descalzos sobre un libro en el que se muestran sus instrumentos de penitencia. El 19 de octubre de 1954 fue bendecida y expuesta por el obispo de la diócesis de Coria-Cáceres don Manuel Llopis Ivorra.

El claustro bajo es de tan sólo 1 metro cuadrado y está sostenido por cuatro columnas. ¿A quén no le improsiona algo tan extraordinariamente sencillo? El fin de esta construcción es la de recoger las aguas de los tejados y conducirlas a un pequeño aljibe.

La iglesia del XVIII, a la que se accede por la antigua portería del convento, era de unas proporciones mayores a la ya existente por una razón fundamental. El motivo es que una vez beatificado San Pedro de Alcántara (18/04/1622), canonizado en 1669 y declarado patrono Cauriense en 1677, El Palancar se convirtió en un importante lugar de peregrinación para los fieles y fue necesario llevar a cabo la construcción de un templo mayor. Destaca de esta 'nueva' iglesia la enorme y decorada cúpula con pinturas murales que aluden a los milagros de este Santo.

Las obras, que comenzaron el 13 de octubre de 1702, no se terminaron hasta el 3 de octubre de 1710, día en el que, según consta en el frointospicio de la puerta principal, se inauguró el templo de manos del padre Pedro de Burguillos, predicador y a su vez guardián del convento. Se aprovechó la ocasión para trasladar el Santísimo desde la vieja a la nueva iglesia y se cantó misa por primera vez.

Se trata de un edificio de planta de cruz latina cubierto por una bóveda de lunetos y ladrillos. Destaca el Crucificado del siglo XVII procedente del Convento de San Buenaventura de Sevilla. Tiene, además, dos capillas: una dedicada a San Pedro de Alcántara y otra a San Antonio de Padua.

La más reciente zona del convento está hecha a base de un claustro con un patio central con el suelo de granito bellamente alternado con cantos rodados, y todo él, sostenido por ocho columnas graníticas y una galería con bóvedas de arista.

OPINIÓN PERSONAL. He visitado recientemente este convento acompañado de mi gran amigo Víctor y a pesar de que ya lo había visto antes, me ha vuelto a sorprender. Es un lugar con un singular encanto donde se respira un ambiente de paz y serenidad ya no solo por tratarse de un templo religioso, sino por el entorno geográfico en el que se encuentra. Además toda esta sensación agradable se incrementa cuando uno entra y recorre las extremadamente diminutas y sencillas estancias del Santo y comprende entonces la filosofía de vida que él predicaba. Es la máxima expresión del minimalismo. No hay lujos, ni opulencia, ni ostentación de riqueza, tan solo un lugar en el que lo importante era la comunicación con él mismo y con Dios. Sin lugar a duda es uno de esos enclaves que todos deberíamos visitar al menos una vez en la vida

(Texto de elaboración propia a partir de la obra "Monasterios de Extremadura", de José Antonio Ramos Rubio, Ediciones Lancia)

Fotografías: MJTC

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