"El gesto puede parecer sencillo, pero encierra una gran historia en sus significados: la desconocida, a unos tres metros de mí, se lleva la mano al minúsculo bolso y me ofrece un caramelo. Aparenta unos cuarenta y cinco años. No es precisamente bella, pero sus grandes ojos verdes revelan aún cierta capacidad de asombro. Está muy maquillada y viste de negro. Bebe un extraño licor rojo en copa ancha. Mueve la cabeza con suavidad al ritmo de la música.
He llegado al bar media hora antes, solo, pensativo, con paso descuidado, decidido a tomar una primera y última copa antes de irme a dormir al hotel. Me acomodo en un taburete de la barra. El local está casi vacío. Dos camareras, que charlan entre ellas, el chico que pone la música, un par de parejas en los rincones más oscuros, dos hombres reclinados sobre la máquina tragaperras, tres chicas contoneándose sin demasiada efusividad en un rincón y, en medio de aquel paisaje desolado, nosotros, la desconocida y yo, dos personas a la distancia de un gesto de entrega, dos personas separadas y unidas por un simple caramelo.
Doy un paso indeciso, estiro el brazo, acepto el regalo, asiento con una sonrisa entre la sorpresa y la gratitud. Lo guardo, envuelto en plástico verde, para otro momento más propicio. Regreso al taburete. Bebo la copa hasta el final, de dos largos sorbos. Pago y me voy.
La desconocida me mira en la distancia, con una mueca triste aunque cercana a la sonrisa. Le doy las buenas noches con un gesto de despedida. Llego al hotel sin darle demasiada importancia a lo ocurrido. Me dejo caer en la cama y duermo como un bebé abrazado a la almohada. A la mañana siguiente hay un caramelo, envuelto en plástico verde, en mi bolsillo. Le quito el envoltorio imaginando que será de menta, pero no, es de limón, uno de mis sabores favoritos.
Me como el caramelo. Degusto el caramelo y pienso que las cosas no son lo que parecen. Pienso en la desconocida, en la soledad de una mujer así en mitad de una noche como aquella, en la grandeza y la tristeza de alguien que ofrece un caramelo a un desconocido. Pienso en las personas que, debajo de un envoltorio supuesto, esconden un sabor sorprendente..."
He llegado al bar media hora antes, solo, pensativo, con paso descuidado, decidido a tomar una primera y última copa antes de irme a dormir al hotel. Me acomodo en un taburete de la barra. El local está casi vacío. Dos camareras, que charlan entre ellas, el chico que pone la música, un par de parejas en los rincones más oscuros, dos hombres reclinados sobre la máquina tragaperras, tres chicas contoneándose sin demasiada efusividad en un rincón y, en medio de aquel paisaje desolado, nosotros, la desconocida y yo, dos personas a la distancia de un gesto de entrega, dos personas separadas y unidas por un simple caramelo.
Doy un paso indeciso, estiro el brazo, acepto el regalo, asiento con una sonrisa entre la sorpresa y la gratitud. Lo guardo, envuelto en plástico verde, para otro momento más propicio. Regreso al taburete. Bebo la copa hasta el final, de dos largos sorbos. Pago y me voy.
La desconocida me mira en la distancia, con una mueca triste aunque cercana a la sonrisa. Le doy las buenas noches con un gesto de despedida. Llego al hotel sin darle demasiada importancia a lo ocurrido. Me dejo caer en la cama y duermo como un bebé abrazado a la almohada. A la mañana siguiente hay un caramelo, envuelto en plástico verde, en mi bolsillo. Le quito el envoltorio imaginando que será de menta, pero no, es de limón, uno de mis sabores favoritos.
Me como el caramelo. Degusto el caramelo y pienso que las cosas no son lo que parecen. Pienso en la desconocida, en la soledad de una mujer así en mitad de una noche como aquella, en la grandeza y la tristeza de alguien que ofrece un caramelo a un desconocido. Pienso en las personas que, debajo de un envoltorio supuesto, esconden un sabor sorprendente..."
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Cuadro:
"La bebedora de ajenjo"
Edgar Degas (1834-1917). Pintor y escultor Francés.
Una mujer cualquiera en un bar tan triste como perdido. Al lado, un caballero. Los dos tan juntos, pero los dos tan solos...
"La bebedora de ajenjo"
Edgar Degas (1834-1917). Pintor y escultor Francés.
Una mujer cualquiera en un bar tan triste como perdido. Al lado, un caballero. Los dos tan juntos, pero los dos tan solos...
Texto:
"El Caramelo"
José Manuel Díez. Cantante de El Desván del Duende.
"El Caramelo"
José Manuel Díez. Cantante de El Desván del Duende.
Fluída reflexión sobre los vaivenes de una vida de trotamundos, cantantes y poetas. Toda una alegoría a las personas de ojos tristes y almas desipadas....
2 Comentarios
Me gusta demasiado tu blog. No sabía que fueras tan grande por dentro como pareces :)
ResponderEliminarSiempre tan atenta a este mundo del arte... Gracias! jej
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