La mutilación genital femenina tiene como finalidad la extirpación de los
genitales externos de las niñas. Entre otras consecuencias, las niñas
mutiladas padecerán durante toda su vida problemas de salud
irreversibles.
Se calcula que 70 millones de niñas y mujeres actualmente en vida han
sido sometidas a esta práctica en África y el
Yemen. Además, las cifras están aumentando en Europa, Australia, Canadá
y los Estados Unidos, principalmente entre los inmigrante procedentes
de África y Asia sudoccidental.
Razones:
Sexuales: a fin de controlar o mitigar la sexualidad femenina.
Sociológicos: se practica, por ejemplo, como rito de
iniciación de las niñas a la edad adulta o en aras de la integración
social y el mantenimiento de la cohesión social.
De higiene y estéticos: porque se cree que los genitales femeninos son sucios y antiestéticos.
De salud: porque se cree que aumenta la fertilidad y hace el parto más seguro.
Religiosos: debido a la creencia errónea de que la
ablación genital femenina es un precepto religioso. Se
practica principalmente a niñas y adolescentes de entre 4 y 14 años, y en lugares como Eritrea y Malí en niñas de apenas 1 año de vida.
Las personas que practican la ablación genital femenina son
generalmente comadronas tradicionales o parteras profesionales, trabajo muy valorado y muy bien
remunerado económicamente, por lo que es fácil inferir que el prestigio
en la comunidad y los ingresos de estas personas puedan estar
directamente ligados a la práctica efectiva de la intervención.
Es, sin lugar a duda, una violación fundamental de
los derechos de las niñas. Es una práctica discriminatoria que vulnera
el derecho a la igualdad de oportunidades, a la salud, a la lucha contra
la violencia, el daño, el maltrato, la tortura y el trato cruel,
inhumano y degradante; el derecho a la protección frente a prácticas
tradicionales peligrosas y el derecho a decidir acerca de la propia
reproducción. Estos derechos están protegidos por el Derecho
internacional.
Además esto trae consigo daños irreparables. Puede acarrear la muerte de la niña por hemorragia o incluso por el intenso dolor, así como infecciones agudas y septicemia. Muchas de ellas entran en un estado de colapso inducido por el suplicio, el trauma psicológico y el agotamiento a causa de los gritos.
Otros efectos pueden ser una mala cicatrización; la formación de abscesos y quistes; un
crecimiento excesivo del tejido cicatrizante; infecciones del tracto
urinario; coitos dolorosos; el aumento de la susceptibilidad al contagio
del VIH/SIDA, la hepatitis y otras enfermedades de la sangre;
infecciones del aparato reproductor; enfermedades inflamatorias de la
región pélvica; infertilidad; menstruaciones dolorosas; obstrucción
crónica del tracto urinario o piedras en la vejiga; incontinencia
urinaria; partos difíciles; y un incremento del riesgo de sufrir
hemorragias e infecciones durante el parto.
Definitivamente, el ser humano no tiene límites...
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