Alguien
escribió allá por el siglo IX en una crónica asturiana titulada A Sebastián[1],
que “si alguien quisiera ver un
edificio similar a este no lo hallará en España”, haciendo alusión a las
construcciones de Santa María del Naranco y a San Miguel de Lillo, ambos
localizados en el llamado Monte Naranco, en pleno corazón de Asturias. Será
esta última sobre la que girará el nudo central del trabajo, aunque se
mantendrán relaciones con otras construcciones para crear nudos de similitudes
y diferencias con el fin de entender mejor lo expuesto.
Es, sin duda, una de las iglesias
más interesantes que podemos ver en el panorama nacional perteneciente al
período del arte asturiano aunque por desgracia la encontramos incompleta. Las
partes que hoy no tenemos se debieron derrumbar en época Medieval[3]. La
causa[4]se
podría buscar en la bajísima calidad de los materiales que forman el sustrato
del templo, puesto que se ha visto que no eran los más propios para mantener
durante mucho tiempo en pie una iglesia de una notable robustez como esta. Si a
esto le unimos la proximidad de la iglesia a un pequeño arroyo, nos daremos
cuenta que la erosión progresiva de este sobre la parte subterránea del templo
desencadenaría un asiento diferencial en el terreno. La débil cimentación del
edificio ayuda aún más si cabe al derrumbe, pues tendrían un espesor de unos 30
centímetros aproximadamente
Fue consagrada[5] en
el año 848 por el propio monarca Ramiro I junto a su esposa, de nombre Paterna,
dato que conocemos por el ara localizada en el edificio de Santa María.
Si pasamos a contextualizar[6]
detenidamente el área geográfica, el marco histórico y la cronología de la
iglesia de San Miguel de Lillo, debemos tener en cuenta varios aspectos.
Partimos del siglo VIII, momento en
el que la mayor parte de la Península Ibérica está en manos musulmanas,
quedando sólo un refugio constituido por nobleza visigoda en el norte como
forma de boicot a los principios o normas expuestas por la invasión islámica.
Será en esta zona en la que nazca el reino altomedieval de Asturias, y en la
que terminará reinando un monarca que hará de este período el momento de mayor
esplendor a finales del siglo VIII y principios del silgo X: Alfonso VIII. No
menos importante fue Ramiro I, que aunque sólo estuvo en el poder durante siete
años, le dio tiempo a realizar este importante proyecto en el ya citado valle
de Oviedo.
La localización en esta zona se
debería más a razones lúdicas que a cuestiones políticas. Se habla de un
interés de Ramiro I en equipararse en importancia a la monarquía visigoda de
época de Leovigildo, el cual hizo la llamada ciudad de Recópolis y se han intentado
ver las iglesias de San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco como un
intento de emular la citada Recópolis. Pero los estudios van más allá y se
hacen patentes las posibles similitudes de ambas construcciones, con lo que se
ha llegado a la conclusión de que estaríamos ante una zona de “recreo” del
propio monarca la cual se albergaría su palacio (Santa María del Naranco) con
una iglesia en las inmediaciones (San Miguel de Lillo).
Ante todo, hay que destacar que a lo
largo de estos años se observa una gran unidad internamente en la tradición que
ha caracterizado la cultura hispana de época propiamente goda, sin grandes
variaciones internas, lo cual favorece a una continuidad lógica al arte de la
zona durante este tiempo. Ante esto, Helmut Schlunk[8] no
se queda indiferente y ante lo que reflexiona que su semejanza es tal, que es
más que probable que el arquitecto que realizó los edificios del Monte fuese el
mismo. Se halla literalmente a 300 pasos de Santa María del Naranco, con lo
cual, esto acentúa aún más la organización conjunta de los dos.
Además, las fuentes literarias han
recogido que San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco son monumentos
coetáneos, por lo que esta teoría cobra aún mucha más fuerza. No es viable que
hubiesen trabajado en el mismo lugar dos o más arquitectos y que a su vez
quedasen como resultado unas obras tan compactas y regulares en sus formas.
Santa María del Naranco |
Aunque todo parezca claro, hay
disparidad de opiniones. Es lógico que haya autores que defiendan otras teorías
diferentes a las citadas con anterioridad, pues la antigüedad de dichas
edificaciones y la escasa información que hasta hoy han llegado sobre los
posibles responsables de su levantamiento, hace que autores como César García[9] discrepen
de ellas.
Constata que se encuentran como bien
hemos señalado a unos 300 metros de proximidad, al noroeste del palacio
Ramirense, una distancia que según él es pequeño para que hablemos de una
decisión unitaria pero excesiva para ver a ambos edificios como integrantes de
un mismo y único complejo funcional. Según él, y a diferencia de Schlunk, “las
divergencias de proyecto y de ejecución entre los dos son tan grandes que no es
posible remitirlos a la actuación del mismo maestro ni taller”
Pero de lo que no hay duda (y en lo
que coinciden la diversidad de expertos) es que al hablar de San Miguel, se
debe dejar constatado que se trata de una iglesia por y para Ramiro I, algo que
podemos ver en la crónica de Silos[10]:
Sin embargo, cuando hubo
descansado (Ramiro) su ánimo de la perturbación interior, para no entorpecerse
el ocio, construyó muchos edificios, distantes de dos millas de Oviedo, con
piedra arenisca y mármol en obra abovedada. Así, pues, en la ladera del monte
Naranco fabricó tan hermosa iglesia, con título del arcángel Miguel, que
cuantos la ven atestiguan no haber visto jamás otra semejante a ella en
hermosura, lo cual bien conviene a Miguel, victorioso arcángel que, por la
voluntad divina, en todas partes triunfó al príncipe Ramiro sobre sus enemigos.
Como hemos señalado con
anterioridad, las primeras excavaciones para conocer la extensión del propio
templo se remontan a 1916 y 1917, dando lugar a datos[11]
de importancia notable. Se hallaron los cimientos de los muros orientales de la
iglesia a una distancia de 15,85 metros del lado occidental. También se
pudieron ver los trozos de muro septentrional y meridional.
Según todo ello, la planta de la
iglesia seguiría una forma rectangular con unas medidas de 10,05 metros de
ancho por 18,85 metros de largo, con una parte final rematada en tres capillas
que terminaban en un muro continuo. El interior por su parte se divide en
cuatro tramos o partes, de los que sólo ha llegado a nosotros el primero,
además de un vestíbulo de entrada y de las cámaras laterales correspondientes.
Su procedemos a verlo desde el punto
de vista planimétrico[13],
observamos que todas estas edificaciones están concebidas con una estructura
basilical resultando ser estas iglesias deudoras de las iglesias visigodas.
Esto tiene su explicación.
Por un lado, el modo litúrgico no
habría cambiado apenas desde épocas primitivas. En segundo lugar y
remontándonos a lo que comentamos al inicio del trabajo, el deseo de esta
monarquía astur esa asimilarse lo máximo posible al pasado visigodo, con lo
cual no debe sorprendernos las copias de estos edificios para que de algún modo
se recordase el idealizado pasado.
Por su parte, el antecuerpo[14]
está formado por un doble alzado dividido en tres. La planta baja está
destinada a un vestíbulo con dos dependencias anejas que acogen las cajas de
las escaleras por las que se accede a la tribuna que se encuentra localizada en
el piso superior en la zona de los pies de la iglesia. Es importante este
aspecto, pues esta disposición de una tribuna en el oeste no lo podemos ver
reflejado en otras iglesias españolas anteriores. A su vez, es necesario
aclarar que es este espacio el que le da carácter áulico[15]
al complejo religioso, pues estaba destinada al uso del monarca. Anteriormente
estos espacios estaban construidos con madera que podría acarrear un deterioro
progresivo, pero es con la presencia de Ramiro I cuando se levantan las
tribunas de fábrica, algo que tendrá una relevancia notable en edificios
posteriores.
El vestíbulo propiamente dicho está
distribuido en una sala central abierta a la misma nave central con dos
pequeñas y a su vez estrechas dependencias laterales paralelas a dichas cajas.
Sobre la bóveda de la nave central se colocó una cámara estrecha e
independiente, en la cual se abrió un vano (una ventana) hacia la nave
principal con un rosetón en la fachada occidental que se relaciona con el que
podemos ver en la iglesia de San Martín de Argüelles, en Sierro, Almería.
Todas las
dependencias del templo están realizadas mediante bóveda de cañón. La nave
central se hizo con bóveda de este tipo siguiendo el eje longitudinal del
edificio, a diferencia de las naves laterales, pues estas se realizaron con
tramos de cañón pero perpendiculares a este eje.
Destacan las grandes columnas en el
interior de las arquerías divisorias de las naves, formadas por tambores
calizos y apoyados sobre basas historiadas[17].
Es necesario incidir en el sistema
de iluminación de la propia iglesia, según la cual las naves laterales están
dotadas de amplios ventanales a su vez semi cerrados por celosías por las que
penetra la totalidad de luz solar hacia el interior pero de una forma singular
que ahora veremos.
Las celosías[18]
se imponen como un elemento fundamental para el cierre y a la vez como
regulador de la luz, por lo tanto, no es del todo cierto que penetre toda la
masa lumínica por aquí. No estamos ante una nueva solución en la arquitectura,
pues los primeros visigodos ya plasmaban estas celosías en las ventanas aunque
es cierto que no de un modo tan rico y entrelazado como en San Miguel. Vemos
formas geométricas con filigranas en círculos concéntricos cambiando en
ocasiones a una posición radial. Es fundamental tener esta idea en cuenta.
Muchos de los motivos en miniatura que se realizan a partir del siglo X tienen
sus precedentes en estas celosías entrelazadas aunque, lógicamente, a una
escala menor.
Finalmente para aumentar la
iluminación fue necesario que los paños laterales de los diferentes tramos no
tuviesen una misión sustentante; algo que se consiguió gracias a los muros de
diafragma transversales sobre los que descansan las bóvedas
A su vez, podemos destacar el
aspecto exterior que muestra la portada del edificio. Se ha hablado[20]
incluso de que San Miguel de Lillo podría considerarse como la primera fachada
monumental de una iglesia española.
A la puerta de entrada enmarcada con
un arco corresponde una gran ventana que, como ya hemos señalado, se encuentra
a la altura de la tribuna; aunque ese gran hueco que hoy se sitúa sobre la
puerta corresponde a una reforma[21]
de finales del silgo XVII, (1850-1851), siendo tapada dicha zona por sillares
verosímiles en la mencionada restauración. Por su parte, los templos más bajos
tienen otras ventanas y a su vez unos contrafuertes que se mantiene alineado
con el cuerpo central.
Se encuentra una decoración
recorrida en el exterior a base de estribos ornamentales sin ninguna función
estructural. Está formado tanto por piezas reaprovechadas como por otras
labradas ex profeso, lo que resta[22]
unidad estilística al edificio según algunas teorías.
Exteriormente observamos una serie
de celosías caladas[23],
de las cuales dos de las que hoy pertenecen al templo son originales, la
meridional de la fachada de la zona este y la perteneciente a la fachada sur.
El esquema es bastante común, siguiendo el patrón de una galería de arquillos
ciegos en el campo inferior, y con una tracería calada con contorno semicircular
en la zona alta, todo rematado y circundado por un sogueado.
Dentro de la iglesia, podemos ver
una decoración tan rica como variada. Posiblemente su origen[24]
tenga que ver con el ámbito oriental, con unas influencias que debieron tener
su justificación con los modelos ultrapirenaicos, sobre todo con las esculturas
de Germigny des Prés (Francia). A la entrada nos encontramos con unas grandes
pilastras de especial interés ya que conocemos en este caso el prototipo
exacto, algo que raramente ocurre y que nos permite comparar de algún modo lo
original de lo que es copiado y sorprender así al artista.
Las columnas que dividen la galería
interior están coronadas por capiteles tronco piramidales con la parte del
ábaco incorporada al cuerpo y con las caras facetadas, todo separado (como en
la galería exterior) por cenefas sogueadas, de tradición tal vez paleo
bizantina. En el interior de los mismos se sitúan los símbolos de los
evangelistas (tetramorfos), uno en cada lado, flanqueado a su vez por representaciones
de escribas y personajes sentados al lado de una especie de mesa.
Pero a juicio
de César García[25],
la obra cumbre de la iglesia de San Miguel de Lillo se encuentra localizada en
las jambas del pórtico. Estamos hablando de un par de piezas monolíticas[26]
que se coronan por una imposta de billetes, semejantes a las muchas que se
encuentran en el edificio o proceden de él. Los frentes de las mismas se
encuentran divididos en tres tramos o campos, en los que presentan temas
iconográficos relacionados con los juegos circenses romanos.
Detalles de las jambas de San Miguel de Lillo |
En el campo superior podemos ver la
figura del cónsul sentado en una silla propia de su cargo (sella curulis) y a su vez entre dos funcionarios, vistiendo un gran
manto recogido en el hombro derecho. En la mano derecha se observa un pañuelo (mappa) con el que se indicaba el inicio
de los espectáculos, al ser depositado en la arena del mismo anfiteatro. Empuña
un cetro coronado con tres círculos que representan las cabezas del emperador
reinante, su esposa y su heredero.
En la parte central observamos una
doma de león, que se apoya sobre dos patas y también a un domador equipado con
bastón y látigo, con una jaula esquemática al fondo. En el campo inferior se ha
repetido el mismo motivo que en el campo superior.
Es interesante la jamba[27]
de la puerta de acceso a la iglesia de San Miguel. Se representa un relieve
clásico romano, denominado Díptico del
cónsul Aerobindus (506 d. C).
En ella se muestra a dicho personaje
en posición sedente y acompañado de unos funcionarios. Porta un centro en su
mano que se relaciona con el inicio de los juegos (señalados y descritos
anteriormente en el libro de César García). Técnicamente es plano y no con
demasiado valor plástico ya que se muestra una rudeza significativa. Sin
embargo, ayuda a comprender el por qué se dice que la portada de San Miguel de
Lillo representa un verdadero hito[29]
en la evolución de la portada historiada monumental altomedieval. Tanto el tema
como el origen clasicista del modelo que aquí se deja plasmado parecen ser
responsables del deseo intencionado de acentuar el carácter regio del templo
para el que fue concebido.
No podemos dejar de hacer una breve
referencia a alguna pintura[30]
de tipo mural que aún conservamos en el templo. Es una muestra de lo que
cubriría primitivamente las paredes de la iglesia. En la escena se plasma a una
persona en posición sedente con los brazos y las piernas de perfil y el busto
de frente, portando entre sus manos algún tipo de elemento identificado dudoso.
A su lado hay otra figurilla de menor tamaño que parece señalar al personaje
principal. Ambientan la escena unos motivos vegetales que aparecen rematados y
enmarcados a su vez por una muy cuidada cenefa decorativa a base de motivos
geométricos. Tradicionalmente se ha relacionado esta escena como parte de una Epifanía [31] . Como ocurre con el tema de las
cenefas nombradas en otro apartado, estas miniaturas y en concreto algunos de
sus rasgos, preludian las características de la miniatura del siglo X.
Pero esto no es todo, puesto que en
las excavaciones realizadas por el año 1991 dieron a la luz una serie de
fragmentos pequeños de enfoscados de pintura con resto de color. Asimismo las
basas historiadas estarían en origen recubiertas con un fino enlucido blanco y
pintadas, algo que se asemeja en lo sucedido en Santa María del Naranco.
[1]
Texto datado en el año 887 aproximadamente. En la fuente consultada, (CUADRADO
SÁNCHEZ, M. (1992). “Arquitectura
palatina del Naranco”. Madrid, Cuadernos de arte español. Historia 16 nº
55. Arquitectura palatina del Naranco, página 4), se puede leer la frase
literal expuesta, palabras que saldrían de la admiración del monarca por los
citados edificios. A lo largo del trabajo se podrá leer una crónica de Silos en
la cual se enmarca la frase correspondiente.
[15] La autora realiza una descripción
detallada de las partes funcionales y decorativas del edificio que se tomará en
el presenta trabajo como referencia a las zonas más relevante, como ocurre con
el caso de la tribuna. CUADRADO SÁNCHEZ, Op. cit., p. 15.
[22] Esta afirmación la hace César García y ayuda
a entender esas discrepancias de opiniones que se ha visto reflejada en el
mismo en cuando al arquitecto de la obra, si hubiesen sido uno o ambos.
Recordamos que César defiende la postura de más de un diseñador del proyecto.
GARCÍA DE CASTRO, Op. cit., p 46.
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