Que el populacho romano era un ferviente apasionado de los sangrientos juegos de los circos y los anfiteatros es algo evidentemente real. Pero no menos fieles eran los emperadores, quienes subvencionaban sin ningún tipo de desperdicio estos 'ludi' a los que se llegaron a destinar partidas hasta de un tercio del total de los ingresos obtenidos. La fiebre por tales actuaciones era absolutamente desmesurada. De hecho, se cuenta que un actor llamado Pilades advirtió a César Augusto diciéndole que "Su puesto dependía únicamente de cómo mantenía al pueblo entretenido".
Tal era la euforia que según las crónicas, en tiempos de Nerón, cuando la economía estaba a punto de desbanecerse y los motines se multiplicaban por las calles de Roma, el almirante de una flota encallada en Egipto preguntó al tribuno si procedía a cargar los barcos con alimentos para alimentar a la gente o de arena para las carreras de cuádrigas. El tribuno, dado el caos reinante, exigió inmediatamente la arena para "Borrar de sus mentes todos los problemas del Imperio".
Una de las historias más curiosas la protagonizó el emperador Calígula, aunque él en este caso no era el protagonista, sino su caballo de carreras favorito: Incitatus. Tal vez fue este fue el corcel más mimado de la civilización romana, cuando no de la historia de la humanidad. Quienes vivieron en tiempos de Calígula, aseguran que su pasión por el animal llegaba hasta límites irrisorios.
Fotograma de la película "Calígula" |
Se dice que descansaba en una habitación de mármol, su comedero estaba hecho completamente de marfil y bebía en un cubo de oro macizo. Incluso los muros de su habitáculo estaban decorados por los artistas más prestigiosos del momento. Tanto Calígula como Incitatus acudían regularmente a las cenas de estado. Los esclavos del caballo (varias decenas, por cierto) no debían despistarse lo más mínimo, pues mantener al caballo sin comida podía costarles muy caro.
Tal era el derroche de pasión del emperador con su animal que incluso planeó hacerle, nada más y nada menos que cónsul de Roma (algunos aseguran que llegó a serlo). Sin embargo esto último debemos leerlo no como un desmesurado merecido elogio hacia su caballo favorito, sino como un total desprecio y falta de respeto hacia las instutuciones del Imperio que gobernaba y en último término, al pueblo romano.
Incitatus competía cada varios días sobre la arena del circo contra otros de su misma categoría, pero casi siempre jugaba con ventaja, pues la noche antes de saltar a la arena, Calígula decretaba un toque de silencio total sobre la ciudad de Roma para asegurar el buen descanso de su querido Incitaus. Aquel que lo incumpliese, tendría las horas -literalmente contadas-. A veces, incluso, dormía cerca de él. Delirios del poder, sin ninguna duda.
Cuando lo presentaba ante el público, lo engalabana con pieles y tintes de color púrpura (el más preciado y valioso del momento) y todo tipo de joyas y piedras preciosas que colgaban bajo su majestuoso cuello y envidiable cruz. "Si alguien no me traicionará nunca -decía Calígua-, es él". (Amor con amor se paga).
Y es que la tiranía, el vicio y los inhumanos propósitos de este emperador no tenía frontera. Tanto es así que incluso llegó a casar a este animal con Penélope, una bella y noble dama de Roma. ¡Veleidoso mundo! Y así podríamos seguir escribiendo líneas, líneas y líneas.
Los delirios y problemas mentales de Calígula son más que evidentes; y para muestra este ejemplo. Pero además de eso, esta singular "anécdota" es toda una declaración de principios de los emperadores romanos y las altas élites del momento; volcadas de forma absolutamente asombrosa con los espectáculos y la puesta en escena donde el lujo, la desfachatez, el despotismo y la corrupción eran el santo y seña de cada día.
Libro recomendado:
P. Mannix, D., Breve historia de los gladiadores, (2009)
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