Entonces los erizos decidieron unirse en grupo para calentarse y protegerse los unos a los otros.
Pero las púas herían a los compañeros más cercanos, precisamente a los que proporcionaban más calor.
Debido a eso, decidieron separarse.
Y volvían a morir congelados.
Entonces tuvieron que tomar una decisión: o desaparecían de la faz de la Tierra, o aceptaban las púas de los demás
Sabiamente decidieron unirse una vez más. Aprendieron a vivir con las pequeñas heridas que una relación muy cercana puede provocar, ya que lo más importante era el calor del otro. Y así sobrevivieron…”
(Fragmento del libro: ‘Adulerio’. Paulo Coehlo, año 2014)
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