Cuenta una historia China que hace muchos años vivía en una aldea muy remota un anciano campesino con su hijo. Sus tareas eran las propias de la vida del campo: cuidar al ganado, atender las tierras, comercializar sus productos...
Corría por aquel tiempo un verano inusualmente cálido en el que el agua era un bien muy preciado en arroyos y fuentes por su escasez y demanda. Los cultivos sufrían y los animales salvajes, muchos de ellos, morían a causa del calor.
Una mañana de julio, un caballo salvaje, en su afán desesperado por saciar su sed, entró de forma atormentada al establo de este señor. El hijo, al oír semejantes ruidos, acudió rápidamente para cerciorarse de que todo iba bien. Al entrar, su sorpresa fue mayúscula: tenía ante él un caballo que a pesar de su condición salvaje, tenía unas características que saltaban a la vista: era joven, esbelto, proporcionado y muy fuerte. Sin mediar palabra, cogió un fuerte tronco y cerró la salida para que el animal no pudiese escapar y hacerlo suyo.
Al enterarse de tal acontecimiento, los vecinos corrieron para felicitarle. Al fin y al cabo, tener semejante ejemplar era una gran suerte. Pero extrañamente el anciano les replicó:
- ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? Quién sabe...
A la mañana siguiente ambos fueron a comprobar el estado del animal, pero para su asombro no vieron más que el tronco hecho añicos. El caballo había escapado.
Los vecinos acudieron de nuevo en masa para expresar su compasión. "¡Qué mala suerte!", le decían. Pero la respuesta del hombre fue la misma.
- ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? Quién sabe...
Tras acabar las faenas del día, el padre y el hijo se disponían a cenar. De repente, un ruido que empezó siendo casi imperceptible, se volvió ensordecedor en cuestión de segundos: el caballo salvaje había vuelto pero no estaba solo: ¡venía con decenas de caballos! Habían encontrado un sitio en el que beber, comer y reposar.
Al enterarse de la noticia, los habitantes de los alrededores acudieron a expresar su admiración. "¡Qué suerte!", decían. "Sin hacer nada, tienen decenas de jóvenes caballos a su antojo".
- ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? Quién sabe... -repetía.
A la mañana siguiente, el joven se propuso domar al primer caballo que había visitado la finca para que el resto lo viese como algo natural. Pero al ponerse la pierna encima del animal, el equino brincó para desprenderse de él y el resultado fue adverso para el chico: varios huesos se le rompieron al caer y presentaba pisotones por todo el cuerpo.
De nuevo los vecinos hablaron con el padre para manifestar su lástima. Su hijo, el que se dedicaba en mayor medida a las labores agrarias, el que iba a domar a los caballos para las tareas del campo o venderlos y hacer dinero, estaba en pésimas condiciones para trabajar, por lo que se les avecinaba una ruina. Pero sin perder la compostura, les replicó:
- ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? Quién sabe...
Los vecinos murmuraban a escondidas que el anciano estaba perdiendo facultades y no estaba en sus cabales.
Un par de días más tarde, el ejército se adentró en el poblado dictando que todos los jóvenes deberían acudir sin imposibilidad de evadirse al frente de batalla. Había estallado una guerra y era una orden.
Todos los jóvenes se sumaron a la contienda. Todos menos uno: el hijo del campesino. Los militares, al ver el estado en el que se encontraba, decidieron que no estaba en condiciones de luchar y que debería permanecer en su casa.
Los padres de los demás chicos acudieron a su casa para espresar su asombro. "¡Qué suerte! Todos los jóvenes se han ido a la guerra pero tú permaneces en casa", decían.
- ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? Quién sabe... -señaló el viejo campesino.
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Este maravilloso cuento nos habla de lo vaivenes de la vida, de los giros inesperados y de la actitud que debemos mostrar ante las circunstancias, sean buenas o no. Y es que pronosticar lo que pasará en un futuro no siempre es buena idea, especialmente en aquellos sucesos que no dependen de nostros.
En muchas ocasiones, aquello que nos parece una bendición termina siendo una auténtica pesadilla, mientras que otras veces lo que en un principio parecía un revés o una desgracia al final puede convertirse en algo tremendamente maravilloso.
1 Comentarios
En definitiva, que carecemos de perspectiva histórica para saber las consecuencias de lo que nos ocurre y de nuestros actos. Dandose además la paradoja de que a veces de lo bueno surge lo malo y de lo malo surge lo bueno.
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