LAS TRES GRACIAS, RUBENS. COMENTARIO

 Es evidente que Rubens (1577-1640) fue uno de los máximos exponentes del Barroco pictórico y uno de los más influyentes. De hecho en su taller se formaron algunos de los pintores más destacados de las siguientes generaciones de artistas flamencos. Se reconocen sus cuadros por el dinamismo de sus composiciones así como por las figuras femeninas, que eran el reflejo del ideal de la época.

Tantos eran los encargos a los que tuvo que llegar a hacer frente Rubens que abrió un taller en el que trabajaban artistas de renombre como Van Dyck o Jordaens, especializándose en temas como los retratos o la pintura floral, pero siembre bajo el estilo del propio Rubens, que era el encargado de realizar los bocetos que posteriormente se ejecutarían a tamaño definitivo. Habitualmente eran los otros pintores los que realizaban gran parte de la obra para que Rubens, al final, aplicase las pinceladas definitivas en las partes fundamentales del cuadro.

En este caso estamos ante Las tres gracias, del año 1639 y actualmente conservada en el Museo del Prado. Es un óleo sobre tabla de 2,21 metros de alto por 1,81 metros de ancho.

Visualmente observamos una obra compuesta por un dibujo enérgico con pinceladas largas y vibrantes sobre las que destacan notables toques sueltos con abundante pintura. Entre todos los colores, destacan las carnes de las mujeres, una tonalidad que conseguiría combinando los tres colores primarios: rojos, amarillos y azules. También la luminosidad es un elemento destacado y para acentuar la sensación de sensualidad, Rubens las plasmó con abundantes líneas sinuosas.

Aunque existen otras versiones de la obra, solo en esta predominan las formas tradicionales de la Antigüedad clásica en la que tres jóvenes se entrelazan formando un círculo pequeño de tal forma que una de ellas da la espalda al espectador y las otras dos dejan a la vista su perfil. Los cuerpos de las mujeres son rotundos y tan solo se emplea una pequeña gasa para cubrir algunas partes. La delicadeza de la obra es notable así como su dinamismo, ya que si vemos sus pies separados entre sí parece que en un instante comenzarán a danzar. Al fondo se puede ver un idílico paisaje con animales pastando y alrededor de las figuras un encuadre floral que probablemente pintaría alguno de sus discípulos. A la derecha un cupido con un cuerno de la abundancia vierte agua.

El tema de la obra está directamente inspirado en la mitología griega, que cuenta que las tres Gracias, llamadas Eufrosina, Talía y Aglae, hijas del mismo Zeus y de la ninfa Eurymona, eran als diosas del encanto, la belleza y la alegría. Habitualmente acompañaban a Afrodita y Eros, las divinidades del amor, y presidían los banquetes, las danzas y demás acontecimientos placenteros.

En un primer momento se resepresentaba a las tres gracias vestidas abrazándose o dándose la mano, pero con el paso del tiempo se empezaron a representar desnudas y acompañas de atributos florales o musicales.

Todo parece indicar que las referencias a las fuentes clásicas solo fuese un pretexto de Rubens para hacer un estudio del desnudo femenino, realizado como hemos dicho siguiendo los ideales estéticos de la época.

Como curiosidad, cabe señalar que la Gracia de nuestra derecha es Isabella Brandt, primera mujer del propio Rubens, y la de la izquierda Hélène Fourment, su segunda esposa, que por cierto se cuenta que quiso quemar la obra cuando la observó por la sensualidad que desprende su figura. Además él mismo conservó la obra hasta su muerte ya que su holgada condición económica y social le permitía pintar por gusto y no tanto por necesidad o por encargos. Felipe IV de España la dquirió una vez murió el artista en la subasta de bienes que se llevó a cabo.

Como podemos observar, la pintura de Rubens se caracteriza por su sensualidad, dinamismo, calidez y suntuosidad. Los colores serían fruto de la influencia de Tiziano, mientras que las hercúleas formas y robustos acabados tienen más relación con el hacer de Miguel Ángel. La luz por su parte nos remite a Caravaggio. No obstante y a pesar de beber de estas influencias, Rubens supo cuajar un estilo único que influyó en gran parte de sus contemporáneos y hasta otros artistas de épocas muy dispares. De hecho trató una gran cantidad de géneros: retratos, paisajes, pintura religiosa, mitología, historia, alegoría... Su inacabable imaginación creadora le sirvió tanto para hacer frente a las demandas de la Contrarreforma como para cumplir los deseos de pompa y magneficencia de los soberanos y príncipes de Europa.

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