EL TEMPLO EN LAS CULTURAS ANTIGUAS

En todas las culturas y épocas, el hombre ha manifestado sus creencias religiosas en las formas más diversas de culto. En este sentido el arte ha cumplido un papel fundamental. tanto en la representación pictórica y escultórica de los seres sobrenaturales como en la construcción de edificios religiosos, en cuyo recinto los pueblos y los sacerdotes adoraban a sus dioses.

El templo egipcio

Los arquitectos egipcios construyeron edificaciones de carácter religioso desde las primeras dinastías. Sin embargo, no fue hasta la XVIII dinastía, durante el reinado de Tutmosis I, que el templo adquirió su estructura definitiva, tomando un claro predominio sobre las construcciones funerarias de los periodos precedentes. Esta dinastía inauguró su nueva corte en Tebas, ciudad en la que se levantaron los edificios de culto más grandiosos de todo el valle del Nilo. Los rasgos característicos de estos templos quedaron totalmente determinados por la liturgia tebana, que fijó con gran. exactitud todos y cada uno de los elementos que los conformaron.


Precedidos por una amplia avenida de esfinges o dromos, los templos egipcios del periodo clásico. representados sobre todo por los de Luxor y Karnak, se construyeron siguiendo el siguiente esquema: en primer lugar se alzaban los pilonos, especie de puerta triunfal que estaba formada por dos o cuatro bloques macizos troncopiramidales, erigidos en talud y coronados por una simple cornisa curva. Sus paredes lisas siempre se decoraban con bellos relieves que narraban episodios de la vida del faraón al que se dedicaba el templo.
Esta estructura se complicaba con la erección de dos obeliscos o pilares exentos de sección cuadrada y con remate piramidal, tallados en una sola pieza. Tras ellos se abría un espacioso patio rodeado de un pórtico de columnas al que podían acceder los fieles. Este patio, a su vez, se abría a la sala hipóstila, de cubierta adintelada, sostenida por varias filas de columnas y con desniveles en las naves que permitían el paso tamizado de la luz; en esta sala hacía su aparición el dios, mostrándose bajo la forma de su estatua. En los templos de grandes dimensiones esta sala se dividía en tres dependencias unidas entre sí que hacían las veces de vestíbulo, donde se depositaban las ofrendas, y de lugar donde tenían lugar las apariciones. A ella sólo podían entrar los "seres puros", es decir, los sacerdotes (uab). Esta sala se comunicaba con una pequeña estancia oscura y estrecha sin otra abertura que la puerta; era la capilla o santuario sagrado, donde residía y se ocultaba la imagen viviente del dios, conservada en un tabernáculo o en la «cabina de una pequeña barca». Alrededor de esta capilla se solían construir varias dependencias, comunicadas entre sí por un corredor, que se empleaban como sacristía, almacén y oratorio. Ahora bien, esta distribución carecería de sentido para nosotros si ignorásemos la profunda significación simbólica que en su día invadió estos fabulosos santuarios. Para los egipcios, el templo así constituido representaba la imagen del Universo.


El suelo era la tierra de Egipto, de la que surgian las potentes columnas en forma de palmeras y coronadas por capiteles que copiaban las flores del loto, el papiro y la palmera. El techo era el cielo y recibía en la sala hipóstila una decoración pintada de azul y estrellas de oro. Todo el edificio en su conjunto, iba decreciendo en altura y perdiendo luminosidad, hasta cerrarse en una misteriosa oscuridad. El significado de toda esta simbología ha sido perfectamente interpretado por el historiador Jacques Pirenne, para quien el propio templo representaba el curso del Sol: «El Sol se levanta desde el santuario en el que descansa durante la noche»>; la sala hipóstila es la «<bóveda celeste en las primeras horas de la mañana, y el patio con pórticos es el cielo en toda su gloria; al mediodía, el Sol está encima de los pilonos que lo sostienen como los cuernos de Hathor sostienen el disco, y al anochecer, recorriendo el camino en sentido inverso el Sol regresa a su santuario, en el que pasará toda la noche»>. También al Imperio Nuevo pertenecen algunos templos excavados en la roca (speos), entre los que cabe destacar los de Ramsés II en Abu Simbel, el de Ramsés III en Medinat-Habu, presidido por los famosos colosos de Memnon, y el más antiguo de los tres, el de la reina Hatsepsut en Deir el-Bahari. Este templo, mitad excavado en la roca, mitad construido mediante gigantescas terrazas, es quizás uno de los conjuntos arquitectónicos más bellos de Egipto.

El templo griego

En opinión de algunos teóricos, los arquitectos griegos se inspiraron para la construcción de los templos en el megaron de la casa micénica, sala rectangular precedida por un pórtico de columnas. Tras un largo período de experimentación se obtuvo una planta definitiva que se mantendría constante a lo largo de los tiempos, mostrando únicamente algunas variaciones en lo que respecta a sus dimensiones y decoración. Constaba de una sala central (cella o naos) con un pórtico de columnas situado casi siempre ante el edificio (pronaos), aunque en ocasiones pudiera aparecer también detrás (opistodomo).



En las partes anterior y posterior del edificio, o incluso rodeándolo en su totalidad, se solían disponer hileras de columnas. Atendiendo a la situación de éstas en el perímetro exterior, el templo recibe diferentes denominaciones: in antis, el que prolonga los muros laterales de la cella hacia la fachada, cerrando el vestíbulo por los lados; próstilo, con columnas sólo en la fachada anterior; anfipróstilo, con hilera de columnas en la fachada anterior y posterior; períptero, rodeado por una hilera de columnas; díptero, rodeado con doble fila de columnas, etc. Según el número de columnas que se levante ante la fachada se clasificarán, además, en tetrástilos, con cuatro columnas en el frente; exástilos, con seis; octástilos, con ocho; decástilos, con diez, y dodecástilos, con doce. Una de las características más importantes del templo griego es quizá su decoración, regida por estrictas fórmulas que determinaron el lugar exacto que debía ocupar. Así pues, mientras los capiteles, el friso y la cubierta recibían ornamentación, la basa, el arquitrabe y las paredes permanecían lisas. Esta disposición de los diversos elementos según módulos y cánones más o menos fijos, recibe en arquitectura la denominación de orden. En los templos griegos se llegaron a emplear preferentemente tres órdenes distintos: dórico, jónico y corintio.

Los órdenes clásicos


El orden dórico se caracteriza porque la columna sin basa y con estrías en el fuste descansa directamente sobre el estereóbato, basamento sobre el que reposa el templo. El capitel dórico consta de un listel, que sirve de unión entre éste y el arquitrabe, seguido del ábaco, de forma cuadrada, y el equino (circular). Después se aprecia un estrechamiento que determinará su unión con la columna por medio de tres elementos: los anillos, el collarino y los baquetones y apófisis. El entablamento se forma con el arquitrabe, el friso y la cornisa. El primero, por lo general liso, está separado del friso por un listel. El friso se ordena a su vez en triglifos, especie de pequeños pilares acabados en seis gotas cilíndricas o cónicas, y metopas de superficie cuadrada, normalmente decoradas con relieves. La cornisa sobresale del friso y consta de un alero y un cimacio. Coronando esta estructura se eleva un frontón triangular que enmarca el tímpano, que siempre iba decorado con un importante conjunto escultórico. En el orden jónico la columna reposa sobre una base circular que suele estar formada por tres elementos: dos toros y una escocia, unidos ambos por finísimos listeles. El fuste, acanalado por estrías, se une a la basa por una leve incurvación. El capitel es rectangular y acabado en sus extremos en dos volutas o rollos en espiral. Se une al fuste de la columna por un listel, un baquetón y un pequeño equino decorado con ovas. En el entablamento, el arquitrabe consta de tres bandas en saledizo y superpuestas. El friso es corrido y sin triglifos, y por lo general decorado con bajorrelieves. La cornisa carece de mútulos que se correspondan con las metopas y se compone de un saledizo o goterón y de molduras con ovas, perlas o dardos. El orden corintio reúne sus características más esenciales en el capitel, cuyo núcleo está formado por un bloque de piedra en forma de campana invertida. En su parte inferior está recubierto por dos filas de hojas de acanto superpuestas. En los ángulos superiores hay cuatro volutas o cauliculos, y entre ellos aparece por lo general un motivo vegetal. El capitel está coronado por un ábaco rectangular. El resto de elementos son idénticos a los del orden jónico, aunque de mayores proporciones. Entre los templos griegos más representativos cabe destacar los de orden dórico, como el de Hera en Olimpia (600 a. de C.), el de Apolo en Corinto (540 a. de C.), los de Paestum, que se hallan entre los mejor conservados (s. vi a. de C.), el de Apolo en Delfos (520-500 a. de C.) y el Partenón de Atenas, con el que culmina el desarrollo de este estilo (447-438 a. de C.). En la construcción de este último participaron dos arquitectos, Ictino y Calícrates, y es famoso por la decoración escultórica de sus frontones y del friso, que corrió a cargo de Fidias. Parcialmente destruido por una gran explosión en 1687, durante la guerra venetoturca, en la actualidad gran parte de sus restos se hallan diseminados por diversos museos europeos. De orden jónico son los famosos templos de Atenea Niké (427-424) y el Erecteion, ambos erigidos en la Acrópolis ateniense, y los grandiosos templos de Asia Menor, como el de Artemis en Éfeso, el de Atenea Polias en Priene y el de Apolo en Dvdima, todos ellos del siglo IV a. de C. A su vez, el templo de Zeus Olímpico en Atenas (174 a. de C.) es un bello ejemplo de orden corintio.



El templo romano

El templo romano tomó sus estructuras fundamentales del etrusco. Erigido sobre un podio o plataforma, a él se accedía por una escalinata situada en uno de sus lados menores. Constaba de un pórtico o pronaos dispuesto in antis, o bien con hilera de columnas exentas en el frente (como en la Maison Carrée de Nîmes), y de la cella o cámara sacra, que albergaba la divinidad. En algunas edificaciones el podio contenía distintas dependencias en las que se solían guardar los archivos y tesoros. No obstante, la obra más audaz e impresionante de toda la arquitectura religiosa romana fue el Panteón (templo de todos los dioses), erigido en Roma en época de Augusto (27 a. de C.). Destruido por un incendio, fue restaurado posteriormente por Domiciano y Adriano. De planta central o circular, se halla precedido por un pronaos octastilo a la manera de los templos griegos. En el interior, la cella está coronada por una cúpula hemiesférica de 43 metros de diámetro, en cuya cúspide se abre un lucernario, abertura que permite el paso de la luz al interior del recinto. La ornamentación de la cúpula consiste en un profundo artesonado, que probablemente en un principio fuera dorado, dispuesto en cinco filas decrecientes de veintiocho casetones. Los muros laterales de la rotonda se decoraron a base de nichos y edículos, que imprimen a su superficie una espléndida variedad por el contraste que ofrecen de luces y sombras. En el año 605 este edificio pagano fue consagrado por el papa Bonifacio IV a Santa Maria ad Martyres y convertido en iglesia. En la actualidad el Panteón alberga las tumbas de Rafael, Humberto I y Victor Manuel II.



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