Los artistas del movimiento denominado fauvismo, con Matisse al frente, trataton de crear una forma nueva de pintar rompiendo así con el tradicional uso del color, del dibujo y de la perspectiva, elementos demasiados fieles a la realidad. Se puede decir que son de alguna forma quienes dan el pistoletazo de salida a la revolución de la pintura del siglo XX.
Es curioso, pero el destino de Matisse no era el de ser pintor. Era hijo de un importante comerciante de semillas y lo normal es que hubiese sucedido a su padre en el negocio. Pero una apendicitis frustró los planes de su padre: Matisse estuvo en cama durante un año y su madre, para distraerle, le regaló una caja de pinturas.
Sus primeros pasos en el mundo del arte no fueron para nada sencillos. En 1905 expuso sus obras en el Salón de Otoño de París junto con Derain, Vlaminck, Manguin, Friesz, Puy y Marquet, pero la reacción del la crítica fue clara: "Parece que se ha lanzado un bote de pintura a la cara del público".
De hecho el crítico Louis Vauxcelles hablaba de ellos de forma tan despectiva que llevó a calificarles como les fauves ("las fieras"), apodo que paradíjicamente adoptaron los jóvenes artistas para su movimiento.
El objetivo de las obras era claro: la emancipación del color, y para conseguirlo empleaban colores irreales, muy vivos y una paleta plagada de contrastes que se alejaba de los intereses del Impresionismo y trataban de experimentar con colores puros.
La propia liberación del color iba acompañada de la ruptura con la perspectiva por tratarse, según ellos, de algo muy constrictivo, así como la rigidez del dibujo. Lo representado no tenía por qué reconocerse de forma nítida y el cromatismo no tenía que corresponder necesariamente con el real. La pintura se iba alejando de la realidad y de lo correcto.
Es cierto que hicieron un primer acercamiento a lo que luego se conocería como "arte abstracto", pero los fauvistas no llegaron nunca a romper de forma tajante con la realidad puramente dicha. En los cuadros, a pesar de sus pecualiridades, siempre pueden reconocerse las formas y los objetos. Ya lo dijo el propio Matisse: "trato de crear un arte que sea comprensible a todo espectador".
Matisse conoció el arte musulmán a través del Museo del Louvre y visitó las exposiciones del Musée des Arts Décoratifs de París y de ahí extrajo algunas reglas básicas de su pintura derivadas de la propia cerámica islámica: colores puros, planos, espacios sin perspectiva y uso del dibujo muy reducido. Parece que también se vio influenciado por los ídolos de madera de África, en gran parte por su dureza expresiva y formal.
En una de sus obras más conocidas: "La raya verde", Matisse representa a su esposa. Esta se encuentra levemente ladeada respecto al plano de espectador y solo podemos verla de medio busto hacia arriba. A pesar de su intensidad cromática, la obra es sosegada, calmada. La intención del artista se centra en representar el rostro de forma esencial, reduciendo el uso de formas innecesarias. La raya verde que divide el rostro en dos y que es tal vez el elemento más característico de la obra no está situada de forma arbitraria, pues sirve como eje de separación entre el espacio iluminado y el sombreado. Lo habitual hubiese sido pintarlo de forma convencional, pero Matisse traduce la luz al color, de tal forma que el lado de tonos fríos simula la parte en sombre y el lado de colores cálidos la parte iluminada. Llama también la atención el fondo, ya que en éls e rechaza la armonía tradicional del colores. Y es precisamente esa contraposición de colores verdes, naranjas y violetas lo que produce un avance y retroceso de la superficie y crea un cierto ritmo que sugiere volumen y profundidad.
"La raye verde" (o Madame Matisse), Henri Matisse (1869-1954), 1905, fauvismo, óleo sobre lienzo (40,5x32,5 cm), Statens Museum for Kunst, Copenhague.
Matisse representa sensaciones y vivencias por medio del vigor cromático y genera luz y vida en el cuadro a través de los contrastes. Consigue la exaltación cromática empleando el rojo y las tonalidades anaranjadas y enfrentándolas a su complementario, el verde, que ocupa la zona central del rostro, y en un tono más austero el fondo que corresponde a la parte derecha de la cara. La elección de los colores es arbitraria pues no coinciden con la realidad. Los colores intensos y saturados están distribuidos en áreas planas, sobre todo en los fondos; en la mujer está planteado con pinceladas sueltas pero siempre siguiendo un orden o ritmo que da sentido a la imagen.
La intención del pintor no era reflejar el rostro de su mujer sino reproducirlo tal como él lo veía, es decir, plasmar su propia vivencia interior. En sus pinturas Matisse redescubría la realidad. En una ocasión una mujero le dijo en una exposición refiriéndose a una figura femenina: "Estoy convencida de que el brazo de esta mujer es demasiado largo". Matisse le contestó: "Se equivoca señora, esto no es una mujer, un cuadro". La premisa de matiz era sencillez, claridad y tranquilidad y siempre la acató. Jugó con los colores, las curvas y las contracurvas para que su pintura consiguiese su principal objetivo: ser un placer
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