COMENTARIO "CRISTO YACENTE" DE GREGORIO FERNÁNDEZ

La talla de "Cristo yacente" de Gregorio Fernández (1576-1636) sentó las bases de la escultura dentro de la escuela vallisoletana por responder sin precedentes a un prototipo de talla nunca antes vista dentro de la imaginería: la imagen de Jesucristo muerto, solo, sin la cruz y sin la presencia de sus verdugos u otros personajes.



Este modelo fue una creación original del siglo XVI y fueron esculturas ideadas para estar colocadas en el banco de los retablos y ante el altar mayor de las iglesias, habitualmente durante los actos litúrgicos de Semana Santa. 

Gregorio Fernández


Gregorio Fernández fue un artista de origen gallero asentado en Valladolid a partir del año 1605, cuando esta ciudad era la sede de la corte real (1601-1606). Destacó y pasó a la historia del arte por ser uno de los principales impulsores de la actividad artísitica creando un importante taller en el que se forjaron cantidad de discípulos que se encargaron, entre otras cuestiones, de prolongar su estilo durante décadas. Según nos cuenta A. Palomino, tratadista y pintor barroco, la casa de Gregorio Fernández era algo así como un hospital al que se acercaban enfermos y personas sin recursos para obtener remedio para sus enfermedades o luchar contra el hambre. En esta faceta que nos ocupa, debemos subrayar que Gregorio Fernández realizó una larga serie de Cristos yacentes (los de San Pablo, Santa Catalina y Santa Ana en Valladolid, la Encarnación, San Felipe Neri y San Plácido en Madrid, Monforte de Lemos en Lugo, Medina de Pomar en Burgos y el de la catedral de Segovia.

Cristo yacente del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.


La obra que nos ocupa, conocida habitualmente como “Cristo yacente” o “Cristo muerto”, se realiza en el año 1614, durante el período de barroco español. Se trata de una talla realizada en madera policromada y cuenta con unas dimensiones de 190 cm de largo, 73 cm de hombro a hombro y 43 cm. Su localización original fue el Convento de San Felipe Neri, en Madrid, aunque actualmente se conserva en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.


Gregorio Fernández nos muestra una imagen de la reciente muerte de Cristo. Su cabeza ladeada, desnudez, posición corporal y sus heridas abiertas son indicios de ello. El incremento de esta sensación se deja ver además en sus ojos entreabiertos, su cabello húmedo, la sangre que brota de distintas partes del cuerpo, el sudor o incluso la boca, a través de la cual se pueden observar incluso algunos dientes.

"Estos Cristos sentidos se esconden en las capillitas pueblerinas, donde son el orgullo de sus habitantes... al llegar los escultores genios de España... hicieron sus Calvarios poniendo su alma en la ejecución de los ojos. Y Mora y Hernández, y Juni y el Montañés, y Salzillo y Silos, y Mena y Roldán, etcétera, supieron decir con dulzura dramática los ojos de Jesús... y los pusieron entornados, escalofriantes... supieron que aunque en el cuerpo una contorsión diga mucho, dicen mucho más unos ojos en la agonía, y pusieron en los ojos todo el sufrimiento de aquel cuerpo ideal..." (Federico García Lorca)
El cuerpo refleja un modelado y un estudio anatómico sobresaliente, donde se pueden observar detalles puramente naturalistas como las costillas marcadas o la elevación en la parte del esternón, sin olvidar por supuesto la maestría del artista en el manejo de la gubia (común en toda su producción) y que tiene su reflejo en los pliegues de la sábana.

Para incrementar la sensación de patetismo, Gregorio Fernández usó la policromía en diversas zonas del cuerpo, especialmente en las heridas, donde los rojos intensos o los morados de los los pies acentúan la sensación de angustia.

La escultura barroca española

Ejemplos como este muestran la ruptura entre el clasicismo realista anterior a la escultura barroca y el patetismo desmesurado que llega para potenciar la idea de dramatismo. El empleo de la policromía, los claroscuros y de cantidad de complementos como ojos de cristal, fragmentos de vidrio para las lágrimas o uso de cabello natural ponen de manifiesto el interés de la escultura barroca por avivar los sentimientos del espectador. El objetivo final por tanto era promover el fervor de los fieles a través de imágenes próximas a ellos. Además, mientras que los escultores italianos o franceses se decantaban por el mármol o el bronce, los españoles optaban casi siempre por la madera. La talla en madera era no obstante un proceso muy laborioso. Una vez tallada, se cubría la talla con una capa de yeso y se revestía con una fina tela pegada directamente a la madera para aplicar posteriormente los colores al temple. Era común trabajar a partir de un único tronco aunque en algunas ocasiones las partes que sobresalían eran ensambladas.

En el siglo XVI, a diferencia del siglo XV, ni la nobleza ni la realeza hicieron el papel de mecenas de la escultura religiosa en España, ya que el quebranto de la economía del Estado y el decaimiento de las clases sociales más altas no lo permitieron. De esta forma, monasterios y parroquias, con una situación de prosperidad, se alzaron como los principales clientes de la producción escultórica.

Por su parte, la monarquía española, siguiendo las pautas de la Contrarreforma, era partidaria de una escultura “hacia el exterior”, de manera pública, a veces rozando la teatralidad. Por este motivo y el resto, la escultura barroca española atrajo la atención del pueblo, sintiéndola como algo propio gracias a su exposición en los templos y en las procesiones, sirviendo además como referencia sensorial durante los sermones. 

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