La basílica religiosa.
Con el edicto de Milán en el año 313 el emperador Constantino el Grande reconoció la libertad de culto a los cristianos, los cuales posteriormente con la promulgación del Edicto de Tesalónica en el 380 verían su religión consolidada como la oficial del Imperio. Esta institucionalización de la Iglesia tuvo como consecuencia más inmediata la necesidad de crear nuevas edificaciones que pudieran acoger a los fieles en la celebración de la liturgia. En el periodo anterior al año 313 las únicas construcciones utilizadas por los cristianos, aparte de las casas patricia, donde convocaba sus reuniones, fueron las catacumbas, especie de galerías subterráneas, en cuyas paredes se abrieron nichos o loculi para enterrar a los muertos. Así pues, cabe pensar que no existía una tradición arquitectónica cristiana, lo que llevó a que la jerarquía eclesiástica adoptará para la celebración de su rito. Es uno de los edificios más innovadores de la arquitectura civil romana: la basílica. En la antigüedad esta edificación había servido como lugar de reunión en especial para los procesos judiciales e intercambios comerciales.
Planta de basílica occidental |
Restos de la basílica paleocristiana de Son Bou, Menorca |
La Iglesia en Bizancio.
En el Imperio de Oriente con su capital en Bizancio, se siguieron durante los siglos IV y V los modelos romanos en la construcción de iglesias. Ejemplo de ello son las basílicas erigidas en época de Teodosio como la del Monasterio de Stoudion en Constantinopla, hoy en ruinas, o las de San Jorge y San Demetrio en Salónica. No obstante, estas edificaciones mostraron ya características diferenciadas con respecto a los prototipos romano. Estas diferencias se evidenciaban sobre todo en una rica decoración interior, totalmente vinculada al carácter áulico y fastuoso de la monarquía que las promovió. Éste proceso alcanzó su punto culminante con la construcción de la Basílica de Santa Sofía en Constantinopla, donde se definieron los métodos constructivos de la arquitectura bizantina.
La basílica de Santa Sofía de Constantinopla
La basílica de Santa Sofía de Constantinopla fue elegida durante el reinado del emperador Justiniano y su construcción corrió a cargo de los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, que emplearon solo cinco años en construirla: 532-537.
Basílica de Santa Sofía de Constantinopla |
Según el historiador Procopio, el propio emperador supervisó la obra consiguiendo, así que “esta iglesia resultó producto inusitado de belleza superior, a la capacidad de que la contempla que queda maravillado y superior a cuánto imagina el que oye hablar de ella desde lejos”. La magnificencia de la que nos habla Procopio fue el resultado de la utilización de un nuevo sistema constructivo que se diferenció claramente de las edificaciones basilicales alargadas del periodo precedente. Así pues, en Santa Sofía se utilizó la planta central cubierta por una inmensa cúpula sobre Pechina de 31 m de diámetro. Esta se apoyaba sobre cuatro gruesos pilares y se rodeaba a su vez por semicúpulas de menor tamaño que junto a los dos arcos que actuaban como contrafuertes soportaban el peso total de su estructura. Con esta disposición se creó el interior de la iglesia y con ella una sensación etérea conseguida por la desmaterialización de los soportes, que hizo que la inmensa cúpula apareciera suspendida en el aire. Desde el exterior la visión no es tan impresionante, ya que la cúpula se escribe en un tambor cilíndrico que disimula una tercera parte de su altura. En él se abren ventanas que permiten la iluminación del interior. Para disminuir el peso total de la cúpula. Esta se construyó con tejas blancas fabricadas en la isla de Rodas, mucho más ligeras que las ordinarias. Bajo las arcadas de las paredes laterales del edificio se construyeron las galerías que acogían a los miembros de la corte y a los altos funcionarios, destinadas las de un lado a los hombres y las del otro a las mujeres. El acceso a la basílica estaba precedido por el nártex del que todavía se conservan sus columnas y sus mosaicos. El conjunto en su totalidad recibió una rica decoración a base de mosaicos, de los que en la actualidad apenas se conservan algunas muestras en las pechinas. No obstante, otras edificaciones de este periodo son un bello ejemplo de esta típica decoración musivaria del arte bizantino. Así pues, cabe destacar los mosaicos de San Apolinar, el nuevo y San vital en Rávena, donde se pueden contemplar célebres composiciones como las figuras de Justiniano y de la emperatriz Teodora y los de San Apolinar in Classe.
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