CARACTERÍSTICAS DEL MONASTERIO CISTERCIENSE

Desde los inicios del cristianismo existieron anacoretas que rehuían toda comunidad humana para alcanzar su propia santificación a través del diálogo directo con Dios en el mundo terrenal, pero aislados eficazmente de toda la interferencia temporal. Esta vida eremítica apartada de la sociedad es una de las raíces del mundo monacal. Hay que tener en cuenta que la llamada de la santidad de un anacoreta atrajo siempre nutridas colonias de discípulos congregados en torno a su celda. A menudo ese núcleo fue el origen de un monasterio dado que fomentaba el deseo de conferir a la vida en comunidad un orden superior. Tal vez el egipcio San Pacomino fue el primero en fundar hacia el año 320 un Cenobio en Tabennisi donde los monjes oraban, trabajaban y comían en comunidad. Fue sin embargo, San Basilio, El Grande, que vivió entre el año 330 y 379, el primero en redactar reglas detalladas para el monaquismo oriental. En ella se recogen algunas de las doctrinas propias del posterior mundo benedictino. En contra del espíritu inicial, San Basilio exigió con toda decisión que los monjes actuaron en el mundo y para el mundo. Surgieron así grandes monasterios, en cuya arquitectura encontramos muchos elementos que más tarde aparecerán en el arte de los monasterios occidentales. A pesar de todo todavía no se puede hablar de una orden monacal. Lugar preeminente ocupó el Cenobio sirio en esta Génesis. Santuarios como Dêr Sim’ân o Kal’at Sim’ân constaban de diferentes dependencias, cuya finalidad todavía se desconoce. En cambio, totalmente constatable que siempre se trataba de un organismo donde toda la vida comunitaria de los monjes estaba completamente supeditada al servicio del santo varón. Hay que suponer que una parte de las construcciones, servía las necesidades monásticas y otra como hospedería para los peregrinos. Otro ejemplo, id-Ddêr, fue elegido sobre un templo helenístico; delante de la iglesia se encuentra un patio cuadrado en forma de atrio, rodeado de edificaciones, pero de nuevo, ni el aspecto, ni las dimensiones de las dependencias, permiten deducir sus funciones. De todas formas, el mundo oriental no aportó ninguno de los elementos constructivos del monasterio Occidental, ya que de hecho todos, como es el caso del claustro, eran conocidos desde hacía tiempo en la cuenca del Mediterráneo.

Planta de un monasterio cisterciense ideal



Las más antiguas reglas morales de occidente son las de San Agustín, 354-430, y adelantaba ya algunas características de la regla Benedictina. De todas maneras la familia agustiniana no logró desarrollar las formas propias de la arquitectura monástica, ya que la ubicación del claustro junto a las iglesias y el esquema de la edificación circundante fueron concebidos en el ámbito de la organización. Apenas a mediados del siglo cuarto la idea monacal alcanzó la Galia. El primer monje destacado fue San Martín de Tours en torno a cuya celda surgió el primer gran monasterio junto al Loira. Allí, en un recinto acotado por muros, los monjes vivían en chozas adosadas, mientras que en el centro del espacio libre se alzaba una edificación de dos pisos para celdas de San Martín y sus cofrades y un refectorio común. muy cerca, se levantaban varias iglesias. El conjunto ofrecía más el aspecto de una aldea que el de un monasterio. En otras palabras: la idea monástica todavía no había desarrollado un tipo de arquitectura propia. La idea monástica se propagó desde el sur y el oeste hacia el norte y el este creándose numerosos monasterios entre el siglo V y el VII. Pero las realizaciones arquitectónicas de esta época como la merovingia son exiguas y no existe ninguna base sólida para representar la planta de ninguno de estos monasterios. Tampoco entonces existía el deseo de implantar un nuevo orden. Solo con las stabilitas loci que exigió, San Benito, se dio uno de los requisitos para la arquitectura monumental: su estabilidad.

Después de los intentos griegos, celtas y galos, el monasterio benedictino puede ser calificado de primer Cenobio latino. El punto de partida lo constituye la regula sancti Benedicti, que Carlomagno mandó difundir por todos los monasterios y San Gregorio magno logró imponer en occidente. Es en el conocido plano ideal de San Gallen en el siglo IX donde se da por fin el esquema monástico benedictino totalmente desarrollado, cuyo predominio se mantendría a lo largo de toda la edad media. En el están previstos y perfectamente ordenados el templo con el claustro al sur y en torno a él, las edificaciones monásticas del dormitorio, el refectorio, la cocina y la cilla: y fuera de este núcleo, la casa de la paz, las dependencias para enfermos y novicios, las hospederías, los edificios para escuelas y médicos, así como Talleres. Tan solo la sala capitular que poco después fue ubicada bajo el dormitorio, no estaba prevista todavía. Lo que se había hecho es coger todas las partes constitutivas, ya conocidas del monacato, antiguo y disponerla, sometiéndose a una reordenación funcional. Esta configuración estuvo condicionada por las tareas especiales que la monarquía franca encomendó a los monasterios: aprovisionamiento agrícola, sede de retaguardia, hospedaje de la corte, escuela, cancillería, centro de investigación y punto de irradiación para las misiones. En el siglo X y para guardar los preceptos de la regla de San Benito de las desviaciones que ya despuntaban se inició la reforma de Cluny, cuya repercusión en el arte se difundió por toda Europa.

Sala capitular del Monasterio de Poblet (Cataluña)

De entre todas las construcciones destacó Cluny III, por definir el tipo de construcción monástica de este periodo y que sirvió de ejemplo a todas las posteriores. Abadías afiliadas. En ella se observa una clara tendencia al gótico, así como el gusto por la decoración con motivos naturalistas y caprichosos. Precisamente frente a estos excesos surgió en el siglo XII toda una reacción contraria, cuyo pilar fundamental fue la reforma de San Bernardo, el Císter. En ella se promocionaba el concepto de pobreza y cuarto lugar a una norma muy severa contra todo tipo de lujo, constructivo y artístico. Es por ello que la edificación cisterciense se caracterizó por su sobriedad y austeridad así como por su simplicidad y claridad, geométrica y por su funcionalidad. Si bien sigue plenamente válida para las normas arquitectónicas la estructura del monasterio benedictino, los cistercienses colocaron en el recinto de clausura los servicios higiénicos que en el plano de San Gallen y en Cluny, habían dispuestos en edificios especiales situados en el exterior. Querían que todo cuanto preveía la regla se encontrara en el claustro. De esta época, cabe destacar en España Poblet, Santes Creus y Las Huelgas.

Monasterio de Las Huelgas, Burgos. Claustro.

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